Gabriela
Mistral
I
La
tierra se hace madrastra
si
tu alma vende a mi alma.
Llevan
un escalofrío
de
tribulación las aguas.
El
mundo fue más hermoso
desde
que me hiciste aliada,
cuando
junto de un espino
nos
quedamos sin palabras
¡y
el amor como el espino
nos
traspasó de fragancia!
Pero
te va a brotar víboras
la
tierra si vendes mi alma;
baldías
del hijo, rompo
mis
rodillas desoladas.
Se
apaga Cristo en mi pecho
¡y
la puerta de mi casa
quiebra
la mano al mendigo
y
avienta a la atribulada!
II
Beso
que tu boca entregue
a
mis oídos alcanza,
porque
las grutas profundas
me
devuelven tus palabras.
El
polvo de los senderos
guarda
el olor de tus plantas
y
oteándolas como un ciervo,
te
sigo por las montañas...
A
la que tú ames, las nubes
la
pintan sobre mi casa.
Ve
cual ladrón a besarla
de
la tierra en las entrañas;
que,
cuando el rostro le alces,
hallas
mi cara con lágrimas.
III
Dios
no quiere que tu tengas
sol
si conmigo no marchas;
Dios
no quiere que tu bebas
si
yo no tiemblo en tu agua;
no
consiente que te duermas
sino
en mi trenza ahuecada.
IV
Si
te vas, hasta en los musgos
del
camino rompes mi alma;
te
muerden la sed y el hambre
en
todo monte o llamada
y
en cualquier país las tardes
con
sangre serán mis llagas.
Y
destilo de tu lengua
aunque
a otra mujer llamaras,
y
me clavo como un dejo
de
salmuera en tu garganta;
y
odies, o cantes, o ansíes,
¡por
mí solamente clamas!
V
Si
te vas y mueres lejos,
tendrás
la mano ahuecada
diez
años bajo la tierra
para
recibir mis lágrimas,
sintiendo
cómo te tiemblan
las
carnes atribuladas,
¡hasta
que te espolvoreen
mis
huesos sobre la cara!
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